María ya no está
El verano lujurioso prometía una noche serena y con estrellas.
Las luces mortecinas del boulevard le darían un toque de misterio
a los frentes de las casas, que eran, o al menos parecían ser,
las mismas de antes.
Los macetones grandes de cada esquina seguían erguidos
sobre sus patas de monstruos medioevales que a los chicos nos
generaban un poco de miedo.
Sus plantas de hojas gruesas y espinosas con sueños de rosales,
verdeaban brillantes al sol, como esmeraldas.
La sirena del molino desató nubes de palomas y gorriones.
María, pasó corriendo por la plaza, tan apurada iba, que no me vio.
Me quedé sentado en el mismo banco de siempre.
Esperaría la noche y las estrellas y la luz mortecina del boulevard.
No sé como ocurrió,
otra vez la sirena
otra vez las palomas y los gorriones.
Pero esta vez María no cruzó la plaza.
El boulevard, los macetones, las plantas crasas, el banco,
Eran los mismos. Hubiera jurado que estaban allí desde siempre.
Los frentes de las casas, el verano lujurioso.
Todo igual. Todo distinto.
Y había un olor raro, a desamparo y miedo.
Y un montón de años transcurridos en forzados exilios.
María ya no esta, y yo, en aquel, que alguna vez fue mi pueblo,
soy un desconocido.